Estrés, ansiedad, emociones negativas y riesgo de enfermedades cardiovasculares

30 octubre, 2025

Francisco Javier Chorro Gascó

Catedrático de Medicina. Especialista en Cardiología. Profesor Emérito de la Universidad de Valencia. Investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre Enfermedades Cardiovasculares (CIBER CV) y del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Clínico Universitario de Valencia (INCLIVA).

El estrés psicológico y las emociones negativas asociadas a circunstancias adversas o a situaciones de agobio y preocupación, generan sensaciones diversas como ansiedad, inquietud, angustia, aflicción, desconsuelo, miedo, ira o tristeza. Su relación con el desarrollo de enfermedades cardiovasculares (ECV) es objeto de estudio, aunque la cuantificación de la magnitud de su influencia ha presentado dificultades, entre otras razones, por cuestiones metodológicas, como la disponibilidad de determinaciones objetivas y estandarizadas en relación con su presencia, tipo e intensidad.

Se dispone de información sobre los mecanismos asociados y sobre el papel que ejercen las alteraciones hemodinámicas, vasculares, inflamatorias e inmunológicas provocadas por el estrés (https://doi.org/10.1016/j.cpcardiol.2025.102989). Éstas se relacionan con el aumento de la actividad del sistema nervioso simpático y del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal, con el consiguiente aumento de la liberación de sustancias como el cortisol, la adrenalina, o la noradrenalina por las glándulas suprarrenales. Todo ello contribuye a un aumento de la tensión arterial, de la frecuencia cardíaca, alteraciones metabólicas, aumento de la adhesión plaquetaria y alteraciones de los vasos sanguíneos. El daño endotelial participa en la formación de las placas ateroscleróticas y sus complicaciones, al alterarse diversas funciones reguladoras que intervienen en la vasodilatación, la agregación plaquetaria, la hemostasia o la inflamación.

Entre las manifestaciones clínicas relacionadas se encuentra el síndrome de Takotsubo que se presenta en situaciones agudas muy estresantes (por ejemplo, el fallecimiento de un ser querido, conflictos laborales graves, noticias muy angustiosas…) que se acompañan de una gran estimulación simpática, alteración microvascular en el territorio coronario y sobrecarga intracelular de calcio, que provocan lesión miocárdica aguda y disfunción ventricular reversible (https://doi.org/10.1016/j.rccl.2019.02.006). En España se ha reportado una incidencia del 1,2% entre los diagnósticos iniciales de síndrome coronario agudo (registro RETAKO). Afecta más a las mujeres que a los hombres y la mortalidad hospitalaria se encuentra entre el 7% y el 2%.

Otras consecuencias del estrés, tanto agudo como crónico, son los efectos favorecedores de la aparición de arritmias cardíacas, como la fibrilación auricular, y en el territorio vascular, su contribución a la formación y progresión de las placas ateroscleróticas y a su inestabilización y ruptura, hechos que pueden intervenir en la aparición de síndromes coronarios agudos como el infarto de miocardio, accidentes cerebrovasculares o manifestaciones isquémicas en territorios arteriales periféricos.

En relación con el estudio de la influencia de los factores emocionales sobre la salud cardiovascular, recientemente se han publicado diversos artículos que aportan información de interés.

El realizado por Caglayan S et al (https://doi.org/10.1016/j.ypmed.2025.108282) analiza la relación entre el estrés psicológico y la incidencia de enfermedades cardiometabólicas (angina, fibrilación auricular, diabetes, hipertensión, infarto de miocardio e ictus) y de multimorbilidad (al menos dos de ellas). Se incluyeron las personas que participaron en las encuestas del estudio de Tromsø (Noruega).  En la séptima encuesta (2015-2016) participaron 5.264 individuos que no presentaban enfermedades cardiometabólicas al inicio del estudio. Se evaluó la asociación entre la puntuación en la escala HSCL-10 sobre distrés psicológico y el desarrollo de enfermedades cardiometabólicas y de multimorbilidad. Las respuestas del cuestionario se presentaron en una escala de 0 a 3 («Nada», «Un poco», «Bastante» y «Extremadamente») y el distrés se definió como una puntuación promedio ≥1,85. Al inicio del estudio, 325 personas (6,2%) presentaban distrés psicológico. La incidencia de enfermedades cardiometabólicas y multimorbilidad fue del 23,7% (n=1.246) y del 3,9% (n=204), respectivamente y el distrés se relacionó significativamente con ambas. La asociación también fue significativa con enfermedades concretas como la fibrilación auricular, la diabetes y la hipertensión, pero no alcanzó significación con la enfermedad coronaria o el ictus, aunque, individualmente, las puntuaciones más altas relacionadas con la desesperanza sobre el futuro se asociaron con la aparición de enfermedad coronaria. Entre los síntomas de distrés psicológico que se asociaron con la hipertensión, la desesperanza fue el que lo hizo en mayor medida y este factor también se asoció con la aparición de fibrilación auricular.

Por otra parte, en el estudio realizado en Alemania por Hahad O et al (https://doi.org/10.1016/j.jpsychores.2025.112116) se ha investigado el posible efecto protector de la resiliencia psicológica, examinando su asociación con las ECV y la mortalidad por cualquier causa. Se analizaron datos de 12.675 participantes del Estudio Alemán de Salud Gutenberg (GHS). La resiliencia se determinó mediante la Escala Breve de Afrontamiento Resiliente que evalúa la tendencia de las personas a gestionar el estrés de forma adaptativa. Mide el grado en que se utilizan estrategias de afrontamiento flexibles, persistentes y centradas en los problemas, estrategias que permiten encarar y resolver desafíos incluso en situaciones de estrés. Las personas con ECV (n=1.156) eran de mayor edad y tenían un nivel socioeconómico y puntuaciones de resiliencia psicológica más bajos en comparación con aquellos sin ECV. En el análisis transversal, una resiliencia baja se asoció con una mayor probabilidad de ECV. Los participantes con resiliencia baja presentaron una probabilidad 38% mayor de ECV y 61% mayor de enfermedad arterial periférica, en comparación con aquellos con resiliencia alta. En el análisis longitudinal, una resiliencia baja se asoció con un mayor riesgo de mortalidad por cualquier causa. Esta asociación se mantuvo significativa tras ajustar por factores de confusión. Los autores señalan que la incorporación de determinaciones de resiliencia en la práctica clínica puede ayudar a identificar a las personas vulnerables que podrían beneficiarse de estrategias para mejorar el afrontamiento adaptativo, mejorando así los resultados cardiovasculares y de salud general.

En el artículo publicado por Eleazu I et al se ha evaluado la asociación entre una medida compuesta de estrés crónico y los factores de riesgo y las manifestaciones clínicas de ECV (https://doi.org/10.1161/JAHA.123.033752). Se incluyeron los participantes en la fase 2 del Estudio del Corazón de Dallas (2007-2009) sin ECV y que completaron los cuestionarios de estrés crónico (n=2.975). En el estudio se estandarizaron los componentes individuales del estrés crónico distinguiendo entre el percibido, el psicosocial, el financiero y el vecinal, y se creó una nueva escala compuesta de estrés. Se evaluaron las asociaciones entre las puntuaciones de esta escala y los datos demográficos, los factores de riesgo y los hábitos de salud mediante análisis multivariables. Se determinaron también las asociaciones con ECV (enfermedad aterosclerótica, insuficiencia cardíaca y fibrilación auricular). La puntuación en la escala compuesta fue mayor en los participantes más jóvenes, las mujeres, las personas hispanoamericanas o de raza negra, las personas con menores ingresos y con menor nivel educativo. En modelos de regresión multivariable ajustados por edad, sexo, raza o etnia, ingresos y educación, una puntuación mayor en la escala de estrés se asoció con hipertensión, tabaquismo, mayor índice de masa corporal, hemoglobina glicosilada, proteína C reactiva de alta sensibilidad y tiempo de sedentarismo. Durante el seguimiento (mediana de 12,4 años), una puntuación mayor en la escala de estrés se asoció significativamente con ECV aterosclerótica y ECV global. En las conclusiones del estudio los autores señalan que las medidas compuestas de estrés crónico son más altas en poblaciones vulnerables y que su determinación pueden ayudar a identificar a las personas con riesgo de ECV que podrían beneficiarse de estrategias de prevención mejoradas.

Por último, en el estudio efectuado por Behymer TP et al en EEUU (https://doi.org/10.1161/JAHA.121.024457)  se ha analizado si el estrés, y sus distintos subtipos, predice el riesgo de hemorragia intracerebral, lobar y no lobar. Se han utilizado los datos del estudio ERICH (Variaciones Étnicas/Raciales de la Hemorragia Intracerebral), que es un estudio prospectivo, multicéntrico, de casos y controles sobre hemorragia intracerebral. El estrés se determinó en una escala de 0 a 10 y se pidió a los participantes que calificaran el nivel de estrés que sentían o percibían en las siguientes categorías: finanzas (economía), salud, bienestar emocional y familia. El período de referencia para el nivel de estrés en los sujetos fue la semana anterior a la hemorragia. Se incluyeron 2.964 casos/controles (41,4% mujeres, 33,7% personas de raza negra y 32,7% personas hispanoamericanas). Se observó que los niveles más altos de cada subtipo de estrés, así como del estrés total, aumentaban la probabilidad de hemorragia. Se identificaron niveles más altos de estrés en las hemorragias no lobares en comparación con las lobares, especialmente en estrés económico a pesar de ser una población más joven, con menos demencia, hipercolesterolemia y uso de anticoagulantes. Los pacientes con mayor estrés económico presentaban más frecuentemente hipertensión no tratada, aunque el riesgo se mantuvo en los tratados. El análisis de mediación mostró que una proporción significativa de la asociación entre cada tipo de estrés y el riesgo de hemorragia estaba mediada por la hipertensión, especialmente en el estrés relacionado con la salud. Los autores consideran que se debe prestar atención a este factor de riesgo modificable y que están justificados estudios para delinear los mecanismos de esta asociación e introducir posibles cambios en la prevención y el manejo del ictus.

En resumen, la información proporcionada señala que entre los esfuerzos encaminados a mejorar la salud cardiovascular y evitar las manifestaciones clínicas de las ECV se deberían considerar los relacionados con la mejora de la salud emocional, ya que pueden contribuir a la reducción del riesgo.

Fuentes: (Acceso abierto)

-Malik S, et al.  Exploring the Impact of Negative Emotions on Cardiovascular Health. Curr Probl Cardiol. 2025 Mar;50(3):102989.- Vedia O, et al. Síndrome de tako-tsubo, creciendo en el siglo XXI. REC CardioClinics. 2019; 54(2):75-80.- Caglayan S, et al. Psychological distress as a risk factor for incident cardiometabolic disease and multimorbidity in the population-based Tromsø Study in Norway. Prev Med. 2025;195:108282.- Hahad O et al. Psychological resilience, cardiovascular disease, and mortality – Insights from the German Gutenberg Health Study. J Psychosom Res. 2025 May:192:112116.- Eleazu I,et al. Associations of a Composite Stress Measurement Tool With Cardiovascular Risk Factors and Outcomes: Findings From the Dallas Heart Study.  J Am Heart Assoc. 2025 Mar 4;14(5):e033752.- Behymer TP et al. Psychosocial Stress and Risk for Intracerebral Hemorrhage in the ERICH (Ethnic/ Racial Variations of Intracerebral Hemorrhage) Study. J Am Heart Assoc. 2025 Mar 18;14(6):e024457.

 

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