La comunicación de la ciencia en tiempos de pandemia

16 abril, 2021

Ignacio López-Goñi
Departamento de Microbiología y Parasitología
Universidad de Navarra

 

Ciencia a alta velocidad

El proceso de publicación científica suele ser lento: desde que el autor obtiene los resultados hasta son accesibles para la comunidad científica suelen pasar varios meses, en algunos casos incluso años. Sin embargo, la gravedad y urgencia que ha supuesto la pandemia ha requerido respuestas rápidas por parte de la ciencia. A finales de enero de 2020, la revista Nature (1) se asombraba de que en menos de veinte días desde que se había anunciado el nuevo coronavirus se habían publicado más de 50 artículos científicos, una cifra impresionante. Sin embargo, un año después hay más de 110.000 artículos científicos sobre SARS-CoV-2 o la COVID-19 en PubMed (2), superando los que aparecen bajo el epígrafe de “malaria”, por ejemplo. El número de publicaciones científicas, y especialmente el de preprints, durante la pandemia ha sido de tal envergadura que no solo los propios científicos sino las editoriales y las revistas especializadas se han visto desbordados. Algunos de estos artículos no eran más que opiniones o simples recomendaciones. Durante este tiempo se han publicado artículos científicos de baja calidad pero de gran repercusión mediática, otros han sido interpretados fuera de contexto o incluso de forma errónea por personal no especializado. También en ocasiones se han tomado como hechos científicos demostrados los resultados publicados de esta forma. La COVID-19 ha sido una tormenta perfecta para difundir tanto informaciones erróneas como noticias deliberadamente falsas o bulos. Ya en 2018 la revista Science constató que las noticias falsas se retuitean un 70 por ciento más que las que son ciertas (3): la falsedad se difunde mucho más rápido y llega a más personas que la verdad. Con la pandemia ha habido una ingente cantidad de ciencia publicada en un tiempo record en un mundo hipercomunicado por las redes sociales: una relación que, como hemos visto, ha resultado muy peligrosa. Así, ya en febrero de 2020 la OMS alertaba sobre una infodemia superpuesta a la pandemia: «Una sobreabundancia de información —alguna exacta y otra no— que hace difícil que la gente encuentre fuentes dignas de crédito y fiables». En uno de los primeros estudios que se hicieron en España sobre la tipología de los bulos durante los tres meses que duró el confinamiento se constató que más de un tercio de las noticias falsas que se habían generado en relación con la pandemia tenían que ver con temas de ciencia y salud (4). La mayoría de estos bulos estaban relacionados con falsas interpretaciones sobre el origen y la letalidad del virus, su permanencia en el ambiente, tratamientos, vacunas o recomendaciones tan absurdas para combatir el virus como hacer gárgaras, seguir determinadas dietas, beber vino o hipoclorito o tomar remedios homeopáticos.

 

Entender cómo funciona la ciencia

Nunca hemos tenido tanto conocimiento científico ni tanta capacidad técnica para enfrentarnos a una pandemia como hasta ahora. Pero la ciencia necesita reposo, tiempo, repetir experimentos, que otros confirmen los mismos resultados, que nos evaluemos unos a otros. El quehacer científico a veces no es compatible con la inmediatez de la noticia. Los medios de comunicación exigen mucha información y de forma inmediata. Esta crisis ha subrayado la difícil relación entre la ciencia a alta velocidad y la necesidad de comunicación de los medios, que acaba generando falsas interpretaciones e incluso bulos más o menos malintencionados, un terreno abonado para los charlatanes y las conspiraciones. En muchos casos, el origen de este problema está en que no es fácil o evidente entender cómo funciona la ciencia. Uno de los grandes problemas ha sido que la sociedad reclama certezas cuando todo han sido incertidumbres. Todos los Gobiernos han querido apoyarse en la ciencia como fuente de rigor y veracidad. Hoy se mira a los científicos como hace siglos se hacía con los profetas, sacerdotes, adivinos o chamanes: se les piden soluciones, respuestas a los problemas y predicciones de futuro. Para algunos, la ciencia es el nuevo Dios del siglo XXI. Pero la ciencia no tiene todas las respuestas y todavía hay muchas preguntas sin responder. La ciencia no es democrática. Los resultados no se consensuan o deciden en comunidad, los resultados se demuestran. Con el método científico experimental estamos continuamente haciendo preguntas, cada respuesta genera nuevas dudas, la mayoría de las afirmaciones son provisionales hasta que alguien las confirme… o las desmienta. La ciencia busca la verdad, pero no tiene verdades absolutas. Las verdades que denominamos científicas son relativas, provisionales. La ciencia también tiene límites. Los científicos estamos acostumbrados a rectificar, a rehacer hipótesis. La humildad es una de las características de un buen científico, o debería serla. Si nuestra confianza en la ciencia es absoluta, se crean falsas expectativas y acaba siendo frustrante. En condiciones normales, la gente percibe el final del proceso científico, su resultado. Pero durante esta pandemia hemos asistido al proceso mediante el que se hace ciencia. Lo que para algunos han sido contradicciones y rectificaciones continuas para otros es la forma natural de hacer ciencia.

 

Comunicar la ciencia en tiempos de crisis

Por eso, es importante analizar cómo se comunica la ciencia. Algunos ya anuncian que el sistema está colapsado y la forma de comunicar la ciencia debe cambiar. En principio, las prepublicaciones, la revisión por pares y el acceso abierto permiten cierto autocontrol. Pero, por ejemplo, que la evaluación del personal investigador se base casi exclusivamente en el número y calidad de las publicaciones, ha pervertido el sistema: el currículum se mide al peso. El futuro de un investigador acaba dependiendo de lo que publique, por eso se tiene prisa por publicar y se hace a cualquier precio. La competitividad entre los investigadores es enorme: luchan entre ellos para conseguir una financiación escasa e insuficiente, y el mérito depende, en parte, de sus publicaciones. Por otra parte, a los medios de comunicación y a las propias revistas científicas no les suele interesar publicar experimentos con resultados negativos. Pero no es lo mismo un experimento que no sale bien —porque tiene errores, por ejemplo— que uno en el que el resultado es negativo —como cuando se demuestra que no hay un efecto en un tratamiento. Esta falta de interés ha generado que prácticamente no se publiquen experiencias y resultados negativos de investigación, algo que podría hacer avanzar mucho más rápido el conocimiento científico. No cabe duda de que es necesario un cambio de modelo, una nueva forma de evaluar al investigador y de publicar la ciencia. A pesar de todo esto, se calcula que cada día se publican más de 7.000 artículos científicos y la mayoría no serán nunca ni leídos ni citados. El viejo dicho publish or perish (publica o pereces) debería cambiarse por visible or vanish, o te haces visible o desapareces. La pandemia ha demostrado también que la comunicación y la divulgación científica tienen una importancia esencial por su papel de intermediación entre la ciencia y la sociedad. Comunicar la ciencia es mucho más que publicar un artículo en una revista. La divulgación científica de calidad puede ayudar a explicar y acercar el conocimiento científico a los ciudadanos.

Detrás de muchas crisis hay también una crisis de comunicación. Según los expertos en comunicación, en épocas de crisis es fundamental transmitir confianza. La información tiene que ser veraz porque la verdad tranquiliza. Para eso es necesario transparencia y claridad. Transparencia es contar lo que sé, todo lo que sé e incluso lo que no sé. Por eso, la información debe ser abundante y rigurosa. Al mismo tiempo la información deber ser clara y sencilla, porque el objetivo es que nos entiendan. Y para que nos comprendan hay que conocer las preguntas y las dudas de la gente para poder dar respuesta a su miedo y a sus interrogantes. Estas ideas tan sencillas son la base para una buena comunicación en tiempos de crisis. Los medios de comunicación deben ser aliados de los científicos porque cuanto más y mejor informada esté la ciudadanía, menos pánico y menos bulos se transmitirán. En estos tiempos, la divulgación científica cobra sin duda una mayor relevancia y es la forma de devolver la confianza en la ciencia.

(1) China coronavirus: how many papers have been published? 2020. Stoye, E. 30 January 2020. Nature.

(2) PubMed: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/?term=COVID19%20or%20SARSCov2&sort=date

(3) The spread of true and false news online. 2018. Vosoughi, S., y col. Science. 359 (6380): 1146-1151.

(4) Desinformación en tiempos de pandemia: tipología de los bulos sobre la Covid-19. 2020. Salaverría, R., y col. El profesional de la información. 29 (3): e290315.

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