COVID persistente y sus secuelas

17 septiembre, 2021

Juan Antonio Vargas Núñez

Jefe de Sección de Medicina Interna del Hospital Universitario Puerta de Hierro Majadahonda. Catedrático de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid.

COVID persistente (“long COVID”) es un término utilizado para describir a pacientes que se han recuperado de la infección por COVID-19 pero que aún presentan síntomas de la infección o también para describir a pacientes en que los síntomas usuales de la enfermedad persisten durante más tiempo de lo esperado. Dentro de la denominación de COVID persistente se encuentra un amplio grupo de formas clínicas que aparecen tras cuatro o más semanas de la infección aguda por COVID-19. La aparición de estos síntomas es independiente de la gravedad de la enfermedad e incluso puede aparecer en personas que no han tenido síntomas de COVID.

Se considera que esta situación de COVID persistente afectará a un 10-30% de los pacientes infectados por COVID. Dado que en la actualidad se han infectado por COVID en España unos cinco millones de personas, es esperable que entre 0,5-1,5 millones de españoles podrán presentar esta situación clínica, lo que sin duda es un reto de gran envergadura para nuestro Sistema Nacional de Salud. Además, conocemos que la edad media de los pacientes con COVID persistente es de unos 40 años y afecta de forma predominante a mujeres, implicando por tanto a un sector poblacional muy productivo laboralmente.

La fisiopatología del COVID persistente es desconocida, aunque se consideran diversas hipótesis como la persistencia del virus de forma viable, respuestas de tipo autoinmune o inflamatorio, o disautonomía. En este sentido, el COVID persistente se ha relacionado con el síndrome de taquicardia ortostática postural y tiene muchas similitudes con síndrome postinfecciosos, tales como el síndrome de fatiga crónica / encefalomielitis miálgica, fibromialgia, síndrome post-tratamiento de la enfermedad de Lyme, virus de Epstein-Barr crónico, como ejemplos más representativos.

Los síntomas del COVID persistente son tanto físicos como mentales y pueden durar semanas o meses, pudiendo afectar a diferentes órganos, ocurrir con patrones clínicos diversos y frecuentemente empeoran tras la actividad física o mental. Los síntomas que pueden aparecer tanto de forma aislada como en combinación son: disnea, astenia, pérdida de concentración, tos, dolor torácico o epigástrico, cefalea, palpitaciones, mialgias o artralgias, parestesias, diarrea, insomnio, fiebre, mareo, rash, cambios de humor, cambios en el olfato y gusto, irregularidades menstruales.

El diagnóstico es clínico, ya que no se cuenta con tests diagnósticos ni biomarcadores. Se desconoce la evolución del proceso, que pacientes se recuperarán o quienes mantendrán síntomas a largo plazo, por lo que esta situación clínica produce perplejidad y frustración tanto en los pacientes, como en los médicos que los atienden.

En ocasiones es difícil diferenciar los síntomas causados por una hospitalización prolongada por enfermedad pulmonar grave (síndrome de inmovilidad prolongada, síndrome de estrés postraumático) con el COVID persistente, aunque ambas situaciones pueden coexistir. Además, el COVID persistente puede complicarse por otros efectos derivados de la pandemia, que afectan por igual tanto a personas que han padecido la infección como a los que no, como son efectos psicológicos por el aislamiento social, precariedad económica o dificultad de acceso al sistema sanitario para el manejo de patologías crónicas previas.

Dado que no existe un tratamiento específico es preciso llevar a cabo determinadas acciones y actuaciones en línea a lo que plantean Phillips y Williams en su artículo de 12 de agosto y publicado en el New England Journal of Medicine (2021; 385: 577-579). Estas actuaciones se pueden resumir en:

  • Prevención primaria de la enfermedad, para lo que se debe continuar con la vacunación, tal como se viene realizando y con el fin último de una vacunación plena de la población (en el momento actual más de 31 millones de personas se han vacunado de forma completa en España).
  • Necesidad de inversiones para la investigación en todos los aspectos del COVID persistente: causas, mecanismos, prevención y tratamiento.
  • Utilizar toda la experiencia previa obtenida de otros síndromes postinfecciosos.
  • Mantenimiento e implementación de consultas específicas de COVID persistente, que cuenten con equipos multidisciplinares formados por internistas, neumólogos, cardiólogos, enfermeras, rehabilitadores, psiquiatras, psicólogos junto a fisioterapeutas, especialistas en terapia ocupacional, logopedas y nutricionistas.
  • Necesidad de fortalecer la Atención Primaria que posibilite una cobertura y un soporte continuado a estos pacientes, tanto en el aspecto clínico como en el psicológico o social.

Sin duda, estas acciones pueden ayudar a mitigar el gran impacto que el COVID persistente puede llegar a producir sobre nuestro Sistema Nacional de Salud. Es el momento de seguir actuando y enfrentarnos de cara a una situación que ya se observa con preocupación en las consultas de COVID.

COVID persistente y sus secuelas - Fundación Quaes

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