La experiencia de una médica intensivista frente a la pandemia

11 diciembre, 2020

María Paz Fuset Cabanes.

Unidad de Medicina Intensiva del Hospital Universitari de Bellvitge (Hospitalet de Llobregat, Barcelona).

Soy M.ª Paz Fuset Cabanes, médica intensivista formada en el Hospital Universitari La Fe de Valencia y que desde hace poco más de un año trabajo en el servicio de Medicina Intensiva del Hospital Universitari de Bellvitge (Hospitalet de Llobregat, Barcelona).

La experiencia profesional y personal que estoy viviendo en esta pandemia ha pasado por diferentes etapas: incertidumbre, miedo, preocupación por hacer el trabajo lo mejor posible, agotamiento máximo físico y psicológico, desaliento, decepción, cabreo máximo con la sociedad,  rabia, aceptación y resignación, más cabreo con la sociedad y con la sanidad, más agotamiento…pero siempre orgullosa de mi especialidad. Una especialidad muy desconocida hasta esta pandemia. La UCI es vida, intentamos salvar a los pacientes más graves y también debemos ayudar a morir sin sufrimiento y dignamente cuando tras poner todos los medios no hay respuesta. No somos superhéroes ni magos.

Cuando empezaban las noticias del coronavirus en China, reconozco haber sido escéptica con lo que estaba pasando. Creo que me pasó como el cuento del lobo. Desde la facultad y sobre todo desde que empecé la especialidad en UCI en 1999 he vivido varias amenazas de pandemias (enfermedad de las vacas locas, gripe aviar, SARS, gripe A, ébola…) y de todas salimos “airosos”. Cuando leí el primer artículo publicado de la experiencia en Wuhan con el coronavirus pensé “otra gripe más”, afecta más a mayores y con otras patologías. Cuando llegó a Italia y vi imágenes en la tele, mi visión cambió. Recuerdo hablar con un compañero y decirle “esto llega aquí en breve, preparémonos”… pero reconozco que no imaginé la envergadura de la situación y de lo que viviría un mes más tarde.

El 11 de marzo ingresó el primer paciente por COVID-19 en mi UCI y el crecimiento fue exponencial. Llenamos en pocos días todas las camas de UCI, empezamos a trabajar con los anestesistas y cardiólogos conjuntamente en las áreas de reanimación y la unidad coronaria, abrimos UCI nuevas,  trasladamos los pacientes de UCI no COVID a quirófanos Pasamos de 34 camas de UCI a más de 100.  Teníamos una reunión todos los días multidisciplinar y nos planteaban casos posibles para UCI… fue muy duro tener que decidir a quién trasladábamos primero… hubo días que no había cama para todos. Estas decisiones los intensivistas siempre las hemos tomado pero ahora eran demasiados pacientes…había que priorizar…era una auténtica guerra.

El día a día era una locura,  la adrenalina de la situación nos mantenía activos …atendíamos a los ingresos y pasábamos visita a los que llevaban más tiempo con nosotros.  Cada ingreso nos llevaba unas horas y era siempre similar. Nos preparábamos para su llegada colocándonos el EPI , vigilando entre el equipo de médicos y enfermeras que íbamos bien protegidos…hasta teníamos un espejo móvil para ayudarnos a vestirnos. Reconozco que en mi hospital no nos faltaron realmente EPI aunque esterilizábamos las batas y las reutilizábamos hasta en 3 ocasiones y llevábamos las mascarillas FFP2 y FFP3 más tiempo del deseado y recomendado. Cuando llegaba el paciente entraba con una enfermera y un auxiliar. Y empezaba lo duro. Nos presentábamos al paciente, ya que íbamos tan enfundados que parecíamos astronautas, e intentábamos tranquilizarlo. Esas miradas de miedo auténtico se han quedado grabadas en la retina. Llegaban a UCI respirando con dificultad, con saturaciones de oxigeno por debajo de lo óptimo y lo que nos llamaba la atención era que casi todos decían encontrarse bien… supongo que enfrentarse a lo desconocido en este ambiente de aislamiento máximo y las ganas de vivir hace que se saquen fuerzas de donde no las hay. Había pacientes que te hacían partícipes de su angustia y te contaban en seguida su situación familiar (“ tengo miedo a morir”, “ ayúdeme que tengo dos hijos pequeños”, “mi padre murió hace dos días y mi madre está ingresada en otra UCI”…) Debajo de esas gafas que aprietan una barbaridad, reconozco que más de una vez me cayeron lágrimas… pero disimulaba con una sonrisa que nadie podía ver , con un apretón de manos con  dos pares de guantes (demasiada frialdad, pero menos es nada) y les intentaba decir una frase de aliento o de esperanza ,sabiendo que muchas veces había  algo de engaño (“tranquila/o, todo va a ir bien…estamos aquí para ayudarte…concéntrate en respirar hondo y lento…en unos días saldrás de aquí”). Y lo cambiábamos de cama y valorábamos rápidamente la situación y decidíamos intubar en la mayoría de ocasiones. Tras dormirlo y conectarlo a la ventilación mecánica teníamos casi un ritual: vía central, vía arterial, sonda vesical, sonda nasogástrica, intento de mejorar la situación respiratoria con el manejo individualizado de la ventilación mecánica y si no había respuesta pues lo girábamos boca abajo (esta maniobra de pronación la hemos hecho siempre en la UCI aunque ahora parece que sea una novedad). Tras estabilizar al paciente,  llegaba momento de salir de la habitación y de quitarse con máximo cuidado el EPI… aunque lo que apetecía realmente era arrancártelo, darte una ducha, beber un litro de agua y salir a que nos diera el aire y olvidarnos del bicho un rato. Pero no era posible… había otro paciente esperando a ingresar o a visitar.

Había pacientes que con la ventilación mecánica invasiva y con el prono no era suficiente para oxigenar bien la sangre y había que colocarle una asistencia mecánica con una membrana de oxigenación (ECMO). Aunque llevo muchos años siendo especialista en esta técnica,  ha sido muy duro su utilización por las complicaciones que presentaban los pacientes con COVID, por las importantes cargas de trabajo y por el esfuerzo de todo el equipo realizaba trabajando con el EPI con estos pacientes que requerían más cuidados. He aprendido mucho, he tenido alegrías cuando hemos sacado pacientes adelante y preocupación cuando tenía que tomar la decisión de indicar o no la colocación de una ECMO.

Se murieron pacientes de mi edad y otros más jóvenes que mis padres sin poder hacer nada…creo que es la primera vez en mi vida laboral que di varias patadas a la pared de rabia e impotencia… y lloré… lloramos. Y lo más doloroso era que estaban solos sin el calor de su familia cerca, sin su contacto físico… y el nuestro era frío a través de un EPI.

Fuimos adaptando y cambiando los tratamientos según nos llegaban estudios o publicaciones sobre ciertos fármacos o combinación de ellos que al parecer aumentaban la supervivencia. Se publicó mucho con poco rigor científico como luego hemos ido comprobando. Ahora ya sabemos que seguimos sin saber mucho del “bicho” y que lo que es imprescindible son unos buenos cuidados intensivos con personal especializado, una óptima ventilación mecánica, uso de corticoides y un protocolo de anticoagulación individualizado según la evolución del paciente.

El momento más duro del día era la hora de informar a los familiares por teléfono. Tras presentarme, les intentaba explicar con palabras sencillas la situación clínica. Yo creo que llevaban tanto estrés que oían pero no escuchaban…y al final te preguntaban un simple “¿está mejor? “ (aunque les hubieras dicho que seguía igual de grave) o “no se va a morir, ¿verdad?” (y era duro decir que íbamos a hacer todo lo posible pero que no podíamos asegurar qué iba a pasar).  Luego les preguntaba por su salud (había familias enteras infectadas) y a veces acaba siendo médico de familia telefónico (a una mujer al oírla respirar le dije que debía acudir a urgencias… dos días más tarde fue también nuestra paciente).La conversación acababa siempre con una muestra de agradecimiento a nuestro esfuerzo que emocionaba enormemente… piel de gallina continua.

Antes de ir a casa me duchaba para no llevarme el bicho. Al llegar al coche parecía que la adrenalina de todo el día se me bajaba a los pies… muchos días me caían en silencio lágrimas… supongo que se juntaba el cansancio, la sensación de impotencia, el miedo al contagio, la sensación de haber dejado cosas por hacer con algunos pacientes. Otro momento difícil era hablar con mi familia… los tenía muy preocupados al tenerme en primera línea e intentaba mantener la calma, decirles que todo iba bien, trasmitirles positividad… y evitar que sufrieran por mí en la distancia.

Los aplausos de las 20h me emocionaron los primeros días… luego los odié… pensé que se nos volverían en nuestra contra… y no me equivocaba. La sociedad no ha respondido a los sanitarios como nosotros nos hemos entregado… sé que es mi trabajo… pero no olvido que las imprudencias y egoísmo de unos repercute en mi día a día… y me da rabia inmensa.

Ahora, en esta segunda o tercera ola lo llevo mejor en algunos aspectos, pero no dejo de estar cansada, cabreada por aspectos de gestión sanitaria y con actitudes de irresponsabilidad de la sociedad, sigo angustiándome por los casos complejos,  sigo estudiando y leyendo para seguir mejorando. Ahora tenemos menos presión de camas en Uci, sabemos tratar mejor aunque la gravedad de los pacientes que ingresan en UCI es la misma y hay personas de todas las edades. Ahora permitimos a veces la visita de la familia, sobre todo en los momentos finales, a pesar que ya no recibimos las muestras de agradecimiento como al principio de la pandemia.

Sigo orgullosa de mi especialidad y del papel primordial que tenemos los intensivistas en esta pandemia… pese a lo duro del día a día en una UCI, pese a la falta de reconocimiento social y por parte de la comunidad sanitaria, pese a ponerme el EPI a veces más de 20 veces en una guardia, pese a estar agotada y con ganas de días libres que no me puedo coger por la presión asistencial.

Seguiré luchando en esta guerra contra el coronavirus que nadie sabe cuándo va a acabar pero esto es responsabilidad de todos y debemos seguir cumpliendo las únicas medidas importantes y efectivas en estos momentos:  distancia social, mascarilla y lavado de manos.

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