David Moratal. Catedrático de Universidad,
Departamento de Ingeniería Electrónica, Universitat Politècnica de València
Estos días de inicio del nuevo curso me viene a la cabeza mi primer día de Universidad: sentía una explosiva combinación de ilusión y de miedo, aderezada ésta con un toque de inocencia bastante propia de esos albores de la adultez. Me iba lejos de casa, esa casa en la que había vivido tantos años con mis padres y hermanos, y me iba a un piso compartido, en una ciudad nueva y grande, a una Universidad con un campus lleno de posibilidades, y dispuesto a vivir esa “atractiva” vida universitaria “como si no hubiera un mañana”. Eso sí, iba también atacado de dudas de si me enteraría de algo en clase y de qué tipo de nuevos amigos podría encontrarme en ese camino que tenía por delante y que iba a durar, presumiblemente, unos cuantos años (quizás más de los estrictamente necesarios). Todavía recuerdo al lado de quién me senté ese primer día, todo un desconocido que pasó a ser un amigo con los años. Y, a los pocos días de iniciado el curso, conocí a la persona con quien, con los años, compartiría algo más que apuntes y comida a mediodía. Desde luego, fueron días que me marcaron la vida y, quizás, algunos de estos acontecimientos no hubiesen tenido lugar de haber vivido una docencia no presencial.
La virtualización de la docencia hace un poco más difícil el contacto y el acercamiento social, y es por ello que celebro cómo la Universidad española está haciendo frente a estos tiempos de la COVID-19, que tantos desafíos está planteando a la docencia, y no sólo universitaria. Los novatos son, en la mayoría de los campus universitarios de España [1], los elegidos para que, en la medida de lo posible, puedan recibir sus clases presencialmente y, aunque con movilidad y actividades restringidas dentro del campus, puedan aprovechar la vida universitaria, aunque cumpliendo, como no podría ser de otra manera, con todas las limitaciones de aforo y distancia social exigibles. Ha sido sobre estos debutantes sobre quien se ha priorizado para que puedan “estrenar” su paso a la Universidad, de la forma menos “atípica” posible, aunque lejos de una normalidad al uso, desgraciadamente.
Prácticamente cada Grado de cada Universidad ha tenido que adaptar la docencia a su idiosincrasia, dado que hay estudios que tienen una elevada carga experimental y son necesarias sesiones de laboratorios, de experimentación, salidas de campo o prácticas en general, que se vieron seriamente perjudicadas el curso pasado y que son fundamentales para muchos grados (¿Imaginamos Grados como el de Medicina o Enfermería sin prácticas sanitarias?).
Para hacer compatible esta presencialidad con las medidas de seguridad impuestas por la situación que nos está tocando vivir, con la disponibilidad de aulas e infraestructuras de las Universidades, con el estudiantado de cada Grado, curso y grupo, y con el profesorado y personal universitario en general, la mayoría de Universidades ha tenido que adaptar su infraestructura para este curso, además del modelo de impartición de las clases, en el que se ha generalizado por optar por una docencia semipresencial, que prioriza la presencialidad en aquella formación que requiere de una mayor carga experimental, y pasa a docencia virtual las teorías de aula o lecciones magistrales. Esto ha provocado una adaptación a varios niveles por parte de todos los implicados: en primer lugar, los y las estudiantes, que, además de ver reducida su asistencia al campus, han tenido que cambiar hábitos y adaptar espacios personales para recibir la docencia desde casa. Suelen estar acostumbrados a las nuevas tecnologías y a las redes sociales, pero están requiriendo, aun así, de un período de adaptación y formación en herramientas de telepresencialidad, además de tener que adaptarse al nuevo formato de docencia que reciben, y a una nueva interacción con el profesorado y con sus compañeras y compañeros, teniendo en cuenta la existencia de alumnado sin recursos, con diversidad funcional, residentes en áreas geográficas sin cobertura, … A finales del curso pasado hubo rebeliones por parte del alumnado e incluso conatos de “huelga telemática” al constatar que no se daban unas condiciones mínimas que asegurasen un correcto seguimiento de la docencia (se llegó a estimar hasta en 36.000 estudiantes los que tenían trabas técnicas para seguir las clases o examinarse [2]), pero las Universidades muy rápidamente buscaron soluciones a estos problemas, ofreciendo en préstamo varios centenares de portátiles, dispositivos de conexión tales como routers wifi y tarjetas SIM para conexión a internet, incluyendo la creación de fondos para ayudar a alumnas y alumnos en situaciones problemáticas sobrevenidas. En última instancia se permitió la “desmatriculación” de quienes justificaron fuerza mayor para no seguir las clases, para no verse penalizados ni académica ni económicamente [3].
Por otra parte, tenemos al profesorado, con un nivel muy heterogéneo en competencias digitales y que se ha visto en algunos casos un tanto desbordado por la rápida adaptación que ha tenido que hacer en su docencia y aprender una serie de herramientas para poder impartirla que, en la mayoría de casos, ha requerido de una gran dosis de paciencia autodidacta para poder seguir impartiendo su clases con la mayor calidad posible. Haciendo de la necesidad virtud, hemos aprendido a marchas forzadas un sinfín de herramientas para mantener clases por videoconferencia (Teams, Zoom, Webex,…), organizar clases, compartir vídeos y presentaciones (Stream,…), utilizando plataformas o campus virtuales (Blackboard, Moodle, …), y hemos aprendido a realizar “screencasts” y videoapuntes, sin olvidar, por supuesto, el haber encontrado ese rinconcito en casa (que si no lo teníamos, nos lo hemos “creado”) desde el que poder grabarnos y emitir nuestras clases a nuestro alumnado, cual Youtuber experimentado.
Se espera un otoño frío, literalmente, pues tocará airear las aulas y dejar abiertas las ventanas más tiempo del que aconseje la temperatura ambiente, y metafóricamente hablando, pues estamos viviendo una transformación digital “forzada” a nivel de la docencia universitaria pero, como bien dice el refrán, “después de la tempestad, viene la calma” y estoy seguro de que muy pronto todo el estudiantado universitario podrá volver a disfrutar de la vida en el campus, donde la identidad y la filosofía de cada universidad les impregnará y, volviendo a las palabras con las que empezaba este texto, le ayudará a crear un vínculo de por vida entre ellos y para con la sociedad que les rodea.
[1] EL PAIS, 8 de septiembre de 2020. Vuelta a las clases: los amigos de la universidad se hacen ahora en Twitter.
[2] EL PAIS, 24 de abril de 2020. Los rectores estiman que 36.000 universitarios tienen trabas técnicas para seguir las clases o examinarse.
[3] EL PAIS, 1 de mayo de 2020. Los universitarios se rebelan: “No se dan las condiciones para examinarse”.
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