El reto de la ciencia y la universidad para integrar soluciones globales

17 diciembre, 2021

José M. Bautista
Universidad Complutense de Madrid

Uno de los retos que nos hemos encontrado en el campo de la investigación durante esta pandemia, es como aprovechar el conocimiento adquirido para hacer una ciencia más colaborativa, integradora y dirigida a un objetivo social de gran calado y con inmediatez.

Poner en el mercado varias vacunas diferentes en un tiempo récord ha sido un ejemplo de ciencia integradora, pero sobretodo del engarce de precisión de las colaboraciones industriales de largo alcance. Es una realidad que la base científica existía, pero también que la fabricación a escala industrial requiere de una industria ágil y con altas capacidades tecnológicas.

Para hacer disponible al mundo esta primera generación de diferentes vacunas frente a COVID-19 con diferentes tecnologías y en tan sólo un año ha sido necesario contar con un caudal científico sólido que permitiera su desarrollo intelectual en forma de productos. Las vacunas, los sistemas diagnósticos y las diferentes terapias clínicas han sido posibles desde la industria, pero gracias a la existencia de un conocimiento científico de base.

Existen, por tanto, dos elementos fundamentales para poder recurrir a la ciencia para resolver problemas globales de la humanidad. El primero es el conocimiento básico, amplio, sólido y validado. Sin una exploración en profundidad de la propia curiosidad humana no es posible tener toda una red de conocimiento que pueda ser utilizado y aplicado cuando es necesario. Esa red de conocimiento existe, y cada nodo no es otra cosa que cada laboratorio científico en una universidad o en un centro de investigación. Llevamos aproximadamente 100 años con un crecimiento exponencial de descubrimientos científico-técnicos de gran relevancia que han cambiado sustancialmente el mundo. Todo conocimiento científico básico acumulado permite además generar otro conocimiento adicional básico, pero también mucho conocimiento aplicado y otro que, en un corto periodo de tiempo puede ser potencialmente aplicable si es necesario hacerlo.

Un segundo elemento para que la ciencia se convierta en instrumento humano es la industria. Es allí donde se utilizan los conceptos científicos ya validados para el posterior desarrollo de soluciones aplicadas que puedan ser fabricadas, distribuidas y comercializadas. Tal como está estructurada la sociedad occidental, la industria se basa en innovación y en inversión económica. Y para ambas es necesaria la confianza en la ciencia.

Sin embargo, durante esta pandemia se han puesto de manifiesto dos eslabones adicionales que cooperan con los antes mencionados (ciencia e industria) y que deben ser considerados esenciales. Así, un tercer componente sería el ”saber hacer” o “saber cómo“, que no es otro concepto que la traducción del termino técnico en inglés “know-how”. Se trata de la capacidad técnica de personal especializado que posee elevado rigor tecnológico y es responsable de ejecutar las actividades de desarrollo productivo. Sin este personal experto no es posible alcanzar soluciones aplicadas de base científica.  Este personal se forma en las universidades gracias a la adquisición de un conocimiento tecnológico actualizado y de primera mano. Y cuando digo de primera mano, me refiero a que los docentes responsables de su formación deben ser los transmisores en primera persona de un conocimiento propio a los estudiantes. Sintetizar una molécula o garantizar un control de calidad en una cadena productiva requieren de un conocimiento previo que va más allá de seguir un protocolo. Saber hacer algo con precisión requiere formación de un nivel muy elevado en instituciones educativas capacitadas. Y es precisamente la investigación la forma en que los profesionales de la educación superior se forman así mismos y capacitan posteriormente a los estudiantes universitarios en el “saber hacer” para que no solamente puedan ser aquellos que generan el producto, sino que además tengan suficiente confianza en su conocimiento para poder tener iniciativas propias que generen tejido industrial.

Para que, en una emergencia, la ciencia sea escudo y tracción de la humanidad o de al menos un colectivo social amplio, existe un cuarto componente que hemos podido visualizar como imprescindible en esta pandemia. Se trata de la capacidad de integrarse en objetivos comunes. Nadie por si solo sabe suficiente. Cada grupo de investigación es el mayor especialista en lo que hace, sean nanopartículas de sílice o expresión de proteínas recombinantes o biofísica de membranas celulares o inmunómica. Sin duda son especialistas y posiblemente de los mejores del campo. Sin embargo, el desarrollo completo de un medicamento, o de un sistema diagnóstico o de un mecanismo de purificación de aire requiere de la coordinación de la investigación que hacen múltiples laboratorios para proporcionar cada componente parcial de un producto final. Hay una ruta y un procedimiento seriado en el encadenamiento del conocimiento básico para llevarle a soluciones reales. Además, la propia interacción entre especialistas diversos genera nuevas ideas de desarrollo. Es por eso necesario cambiar hacia un paradigma de mayor cooperación ya sea interdisciplinar, multidisciplinar, metadisciplinar o transdiciplinar, especialmente en la academia y en la Universidad. Integrar la ciencia que se hace en las instituciones para desarrollar recursos nuevos y eficientes, es el nuevo reto al que nos enfrentamos como sociedad.

Pero preveo que será difícil. La ciencia se ha desarrollado en base a individualidades y protagonismos fragmentarios. La ciencia se alimenta de ideas e hipótesis brillantes que elaboran personas y que son reconocidas por ello si tienen éxito. Pero ese éxito nunca es total y, aunque como sociedad necesitemos de modelos y liderazgos a los que imitar y aspirar, el producto final que soluciona un problema será de todos los que llegaron antes para que la idea pudiera ser formulada y de todos los que hicieron después de esa idea una realidad factual. De nada hubiera servido conocer las posibilidades del ARN para hacer una vacuna si no hubiese habido otros que desarrollasen métodos de introducirlo en la célula o de modificarlo químicamente para que no se degradase. Y posteriormente de aquellos técnicos que son capaces de controlar un fermentador de cientos de litros para producir plásmidos que después produzcan el ARN vacunal. Y, claro, de los muchos otros procedimientos tecnológicos que son necesarios para construir finalmente una vacuna.

Estos son los cuatro elementos del producto innovador final: conocimiento básico, industria, “know-how” e integración. Las instituciones de enseñanza superior basadas en investigación ya poseen tres de estas capacidades. Por tanto, las universidades, podrían retarse a partir de ahora a ser la punta de lanza que integre a sus muchos especialistas en proyectos complejos, difíciles y de riesgo que ofrezcan la innovación y las soluciones que la sociedad les demanda. Hoy, y a partir de esta pandemia no basta con desarrollar en las Universidades un puñado de proyectos de un Plan de Investigación Estatal pobre y lastrado por una visión reduccionista y burocrática, ni por la publicación de artículos científicos que aportan un conocimiento fragmentario. El reto de las universidades para renovarse, servir a la sociedad y formar a sus profesionales será integrar el conocimiento que atesoran y desarrollarlo, enfocándolo a objetivos complejos que den soluciones nuevas.

La universidad donde trabajo empezó a hacerlo el primer día de la pandemia y está esforzándose en seguir esa senda integradora del conocimiento. Ahora queda que este desafío impregne también a los estamentos de gobiernos locales y nacionales para que puedan sentir que las universidades del país son la mejor garantía de un futuro basado en el conocimiento integrado e integrador.

El reto de la ciencia y la universidad para integrar soluciones globales - Fundación Quaes

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