Consecuencias médicas de la guerra nuclear

14 octubre, 2022

 Dr Justo García Yébenes | Neurólogo, Premio Jaime Primero, Patrono Fundación QUAES

Desde hace mas de medio siglo diversos colectivos médicos han puesto de manifiesto los efectos y los peligros de las radiaciones nucleares tanto en lo que se refiere a usos pacíficos como en el caso de una confrontación bélica con bombas nucleares. En 1982, con motivo de la entrada de España en la OTAN, un colectivo de médicos de distintas especialidades del Hospital Ramón y Cajal, publicó un artículo en El País en el que se resumían algunos de esos riesgos. Ahora, en los días en los que la guerra en Ucrania hace más verosímil el posible uso de bombas nucleares, parece oportuno revisar aquellas ideas.

Decíamos entonces que los médicos, con independencia de nuestras ideas políticas, tenemos la obligación moral de preocuparnos por la vida y la salud de nuestros conciudadanos y advertir de los riesgos de una guerra nuclear es una de esas obligaciones. Con ello no hacemos sino cumplir estrictamente el artículo 8 del Código Deontológico, para la profesión médica, que dice: «El médico debe ser consciente de sus deberes sociales y profesionales hacia la comunidad».

El pronunciamiento de los médicos se justifica por dos razones:

  1. El riesgo de una guerra nuclear, la llamada última epidemia, ante cuya gravedad y resultados funestos para la humanidad entera no podemos callar quienes estamos dedicados al mantenimiento de la salud y el bienestar y a la preservación de la vida.
  2. La evidencia de que la humanidad dedica cada vez más un porcentaje superior de sus recursos a los gastos militares, en detrimento de otros aspectos, como la sanidad, la enseñanza, la cultura, la salubridad ambiental, la seguridad en viviendas y transportes y un largo etcétera. En el año 2021 por primera vez los gastos militares mundiales alcanzaron la cifre de 2,1 billones (millones de millones) de dólares. Comparativamente, la erradicación de la viruela del mundo costaría seis horas de carrera armamentista, y la del paludismo, que afecta a doscientos millones de personas, menos de un día.

La humanidad sí tiene experiencia de los efectos de las armas nucleares; bien es cierto que armas en miniatura comparadas con las actuales. Han pasado 77 años desde que una bomba de trece kilotones (toneladas de TNT) produjo 75.000 muertos y 100.000 heridos de una población de 245.000 habitantes. De los 150 médicos y 1780 enfermeras que había en Hiroshima, sólo quedaron disponibles para atender a los heridos; 30 y 126, respectivamente

Los efectos nocivos de las bombas nucleares pueden dividirse en cuatro tipos. El primero lo constituyen el calor (millones de grados de temperatura), la onda expansiva, las tormentas de fuego, la destrucción de edificios, etcétera. En este grupo habría que incluir los 75.000 muertos por la explosión de Hiroshima.

El segundo efecto se debe a los efectos agudos de la radiación, que afecta, fundamentalmente al cerebro, al aparato digestivo y a la sangre. La exposición cerebral súbita a varios miles de rads (dosis de radiación absorbida) provoca náuseas, vómitos, aturdimiento, temblores, convulsiones, pérdida de equilibrio y muerte en las primeras horas. El cuadro digestivo aparece con dosis de seiscientos a 2.000 rads y se caracteriza por náuseas intratables, vómitos, diarrea, deshidratación y colapso vascular entre cinco y siete días tras la exposición. El cuadro hematológico aparece con dosis algo menores y se caracteriza por una insuficiencia medular: anemia, hemorragias, tendencia a las infecciones agudas. El carácter insidioso del cuadro y la posibilidad de afectar a poblaciones alejadas se comprobó cuando la nube radiactiva procedente de una explosión de prueba en el atolón de Bikini, en marzo de 1954, alcanzó a un grupo de pescadores japoneses a cien millas marinas del lugar de la explosión. Tras recuperarse de un cuadro agudo de dos semanas de duración, la mayoría padeció de una enfermedad caracterizada por hemorragias, anemia y falta de glóbulos blancos, de la que se recuperaron en general por la baja dosis de radiación.

El tercer grupo de problemas está constituido por los efectos tardíos de la radiación. Por ejemplo, tras la catástrofe de Chernobyl 3940 de los 4000 fallecidos murieron por cáncer, muchos de ellos de tiroides, mama, pulmón y leucemias, con una frecuencia de 5 veces la de la población mundial. En ocasiones los efectos a largo plazo son difíciles de valorar por falta de datos que a veces pueden ser substituidos por la experimentación animal. Dosis de doscientos rads sobre los ojos producen cataratas; de trescientos-cuatrocientos sobre las gónadas producen infertilidad persistente; de alrededor de 1.500, lesiones de pulmón, hígado y riñones; de alrededor de 6.000, daños al cerebro, músculos y huesos. A medida que pasan los años se ha podido comprobar que la irradiación tiene efectos perniciosos no solo sobre el cáncer sino también sobre el sistema cardiovascular y sobre las enfermedades psiquiátricas.

Los efectos a largo plazo de las radiaciones han sido estudiados por médicos japoneses de las universidades de Hiroshima y Fukushima y por investigadores extranjeros y los resultados han sido publicados en prestigiosas revistas internacionales incluyendo The Lancet. El seguimiento de los supervivientes (hibakusha) empezó en 1950, 5 años después del bombardeo. En 2014, 79 años después de las explosiones, había 197159 hibakusha vivos entre los que se encontraban 5000 fetos que nacieron después de las explosiones. Muchos de estos niños nacidos después de las explosiones presentaban un aumento del riesgo de tumores sólidos y de leucemias así como trastornos genéticos en su genoma. El aumento en la proporción de leucemias y de tumores sólidos en la población irradiada se detectó entre los 3 y los 10 años tras el bombardeo y estuvo en relación con la distancia al epicentro donde las bombas y por tanto con la radiación recibida. El envejecimiento aumentó el riesgo de leucemias y de cáncer.

La irradiación suprime la inmunidad, lo que conlleva a un aumento de la sensibilidad del ser vivo irradiado a los agentes patógenos. Estos efectos son producidos por tres mecanismos, íntimamente interrelacionados: disminución de la síntesis de anticuerpos, destrucción del tejido linfoide y supresión de la actividad fagocítica. La inmunosupresión conduce a la activación de enfermedades latentes y aumenta la susceptibilidad a infecciones graves por hongos, bacterias y virus que, en situaciones de integridad inmunológica, son poco nocivas para el individuo. En segundo lugar, la irradiación favorece la aparición de determinadas enfermedades autoinmunes (lupus eritematoso, tiroiditis de Hashimoto, ciertas anemias hemolíticas) mediante la mutación de las células somáticas que, al no ser reconocidas por el sistema inmunocompetente, favorecen la aparición de clones agresivos contra los propios tejidos del individuo.

Hemos mencionado que las radiaciones producen cambios genéticos. La más preciada posesión del hombre es su dotación genética y cada generación debe guardarla debidamente para las poblaciones futuras. Las radiaciones ionizantes pueden producir mutaciones que pueden ser de dos tipos: 1. Mutaciones en las células somáticas que pueden conducir a la aparición del cáncer. 2. Mutaciones en las células germinales cuyos efectos aparecerán en la descendencia (abortos, malformaciones congénitas, aumento de la mortalidad infantil y aumentó de enfermedades genéticas, muchas de ellas letales).

El cuarto grupo de efectos lo constituyen las previsibles y potencialmente devastadoras consecuencias naturales de las explosiones nucleares, tales como cambios climáticos a largo plazo por  la degradación de la capa de ozono de la estratosfera, la contaminación radio-isotópica de los alimentos, la ruina de las cosechas, las alteraciones en la ecología de los insectos, la ruptura, inducida por la explosión de los contenedores radiactivos, la liberación ambiental de plutonio y otros compuestos radiactivos y un largo etcétera. A veces, los resultados de este tipo de efectos son paradójicos. Por ejemplo, se afirma que tras el terremoto de Japón que dio pie al desastre de Fukushima la mayor parte de los fallecidos lo fueron por frío puesto que el gobierno dio la orden de apagar el resto de las centrales nucleares y la población se quedó sin electricidad.

Cálculos realizados hace más de medio siglo estimaron que la explosión de sólo dos bombas en el área metropolitana de una gran ciudad como Boston, de tres millones de habitantes, mataría de forma inmediata a más de un millón y otro millón moriría de las heridas, sin contar los efectos a largo plazo ya descritos.

Durante muchos años se pretendió justificar la carrera nuclear como un equilibrio de terror que hiciera imposible la guerra. En el momento actual, los Gobiernos sacrifican programas de ayuda a las minorías, cierran hospitales, cancelan gastos educacionales y aumentan de modo que carece de precedentes sus gastos de defensa, mientras admiten públicamente la posibilidad de guerras nucleares. Los pueblos del mundo deben, ser conscientes de la existencia de un ambiente belicista que podría llevar a la humanidad a un holocausto nuclear. Existen las condiciones objetivas necesarias y el control, del aparato destructivo escapa a cualquiera. Por obra de un desequilibrado, por generalización de un conflicto local o por un simple fallo de los sistemas de alarma es posible iniciar la puesta en marcha de una catástrofe sin precedentes. Los médicos tenemos la obligación de exponer a la opinión pública las consecuencias de la guerra moderna para la humanidad.

 

http://www.publico.es/culturas/aleksievich-ve-futuro-inquietante-deriva-rusia-cree-ucrania-ganara-dictadores-no-vencer.html Barcelona 10/10/2022; Emma Pons Valls

La periodista y escritora bielorrusa, Svetlana Aleksiévich, exiliada en Berlín, visita Barcelona para recibir el Premi Internacional Catalunya y participar en la Biennal de Pensament. 

Aleksiévich, que recibió el Premio Nobel de literatura en 2015, publicó en 1997el libro “La plegaria de Chernobyl: crónica del futuro”, también titulada “Voces de Chernobyl”, traducido en varios idiomas, entre ellos, el español. El libro no se trata tanto de la catástrofe de Chernobyl como sobre el mundo después de ella: cómo la gente se adapta a la nueva realidad, que ya ha sucedido, pero que aún no se percibe.

  • Durante los años de la Gran Guerra Patria los nazis alemanes destruyeron en tierras bielorrusas 619 aldeas con sus pobladores. Después de Chernóbyl el país perdió 485 aldeas y pueblos: 70 de ellos están enterrados para siempre bajo tierra.
  • Durante la guerra murió uno de cada cuatro bielorrusos; hoy uno de cada cinco vive en un territorio contaminado.  Son 2,1 millones de personas, de las que 700.000 son niños.
  • Entre los factores del descenso demográfico, la radiación ocupa el primer lugar. En las regiones de Gómel y de Moguiliov (las más afectadas por la catástrofe de Chernóbyl), la mortalidad ha superado a la natalidad en un 20%.

Como   consecuencia   de   la   catástrofe, se han arrojado a la atmósfera 50×10(6) Cu de radionúclidos, de ellos el 70 % ha caído sobre Bielorrusia; el 23% de su territorio está contaminado con radionúclidos de una densidad superior a 1 Cu/km2 de Cesio-137.  En Ucrania se ha contaminado el 4,8% del territorio.  En Rusia, el 0,5%.   Se han eliminado del uso agrícola 264 mil hectáreas de tierra.  Bielorrusia es tierra de bosques, pero el 26% de ellos y más de la mitad de sus prados en los cauces de los ríos Prípiat, Dnepr y Sozh se encuentran en las zonas de contaminación radiactiva…

 

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