Dr. Xosé R. Bustelo. Profesor de Investigación del CSIC, vicedirector del Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca y presidente de la Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer
La Covid-19 (del inglés, coronavirus disease of 2019) ha vuelto a rescatar del olvido epidemias de siglos pasados que estuvieron también asociadas a medidas de confinamiento, cuarentenas y, hasta si me apuran, de miedo hacia los foráneos. Afortunadamente, vivimos en un tiempo en que tenemos tácticas a nuestra disposición para afrontar este tipo de crisis mucho mejores que la de simplemente jugarnos la vida con la dama de la guadaña en una partida de ajedrez, tal como se evocaba en la película “El Último Sello” de Ingmar Bergman. Una de estas nuevas armas ha sido el desarrollo de la Biología Molecular que hemos alcanzado en fechas recientes. Gracias a ello, científicos chinos pudieron identificar el virus causante de esta pandemia, denominado SARS-CoV-2 (del inglés, severe acute respiratory syndrome coronavirus 2), así como su genoma completo apenas un mes después del brote inicial de la enfermedad producido en la ciudad china de Wuhan. Y, una semana después de la caracterización de su genoma, científicos alemanes pudieron desarrollar el método para detectar el virus en muestras de pacientes mediante la técnica molecular conocida por PCR (del inglés, polymerase chain reaction). Desde esos momentos iniciales, el número de virus SARS-CoV-2 que han podido ser secuenciados en su integridad tras aislarse de diferentes pacientes superan ya los 30.000. Algunos de ellos, por cierto, han sido caracterizados por laboratorios de investigación españoles sitos en Valencia, Madrid y Santiago de Compostela. Estos rápidos avances nos han permitido conocer a velocidad de crucero la estructura básica del virus, de dónde se originó, su evolución desde el brote inicial y, cómo no, algunos de sus “talones de Aquiles” que permitirán combatirlo inmunológica o farmacológicamente. Debido a ello, ya están en marcha en estos momentos múltiples trabajos dirigidos al desarrollo de vacunas y fármacos contra el SARS-CoV-2 por parte de grupos de investigación académicos y empresas del sector biomédico. Sólo en vacunas se están llevando a cabo más de un centenar de aproximaciones diferentes. España no permanece ajena a esta búsqueda, habiendo varios grupos de investigación trabajando activamente en el desarrollo de distintos tipos de vacunas. Entre ellos destacan los laboratorios dirigidos por los Dres. Luis Enjuanes y Mariano Esteban, ambos pertenecientes al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
¿Tendrán éxito estos trabajos? Es difícil predecirlo. La biología nunca es una ciencia exacta y, en el caso de los virus, incluso lo es menos por culpa de las grandes tasas de variabilidad genética que generan durante su proceso de replicación. En este sentido, hay que recordar que hay muchos virus para los que no se ha podido desarrollar vacunas pese a esfuerzos ingentes realizados durante décadas, como es el caso del causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). Y hay otros más comunes, como el de la gripe común, que nos fuerzan a desarrollar vacunas nuevas cada año debido a que están cambiando completamente las moléculas que son reconocidas por ellas. En el caso del SARS-CoV-2 jugamos al menos con cierta ventaja: sus tasas de mutación genética parecen ser más bajas que las de otros virus similares, lo que favorecerá que las vacunas que se generen puedan conferir protección a las personas inmunizadas a largo plazo. Si me fuerzan a apostar, yo diría que sí tendremos vacuna. Pero juego con ventaja de tahúr: investigadores chinos y americanos han reportado ya vacunas en desarrollo que son capaces de inducir inmunidad contra el SARS-CoV-2 tanto en modelos animales como en humanos. En todo caso, siempre nos quedará una segunda bala en la recámara en el caso de que las vacunas fallen: el desarrollo de fármacos específicos dirigidos contra alguna de las moléculas que sean necesarias para la propia multiplicación del virus en nuestro organismo. Esta estrategia, por ejemplo, es la que al final fue exitosa para luchar contra el virus del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).
Independientemente del éxito o no de estas iniciativas, es importante recalcar que estas terapias tardarán todavía tiempo en llegar a ser implementadas. Por un lado, existen unos controles de calidad y seguridad que exigen bastantes meses de ejecución antes de que los agentes antivíricos puedan empezar a suministrase de forma generalizada. Y estos pasos, por mucha prisa que tengamos, hay que hacerlos sí o sí para asegurarse que estos agentes antivíricos son realmente efectivos como tales y, sobre todo, que son inocuos para nuestra propia salud. Y, tras este paso ineludible, todavía quedará el problema logístico de cómo producir la cantidad suficiente de estos productos para poder tratar a toda la población mundial. Hay muchos retos por delante, pero, afortunadamente, los podremos abordar desde la ciencia y la tecnología y no mediante partidas de ajedrez con la dama de la guadaña como en la Edad Media. Esperemos, en todo caso, conseguir con alguna de estas estrategias en curso hacerle un buen jaque mate a la Covid-19 en los próximos años.
Junto con la apertura de caminos para la búsqueda de posibles curas, la caracterización molecular y biológica del SARS-CoV-2 ha permitido iluminar otros aspectos desconocidos de este virus. Por ejemplo, sabemos ahora cuál es el receptor (denominado ACE2; del inglés angiotensin converting enzyme 2) que el virus reconoce en nuestras células para unirse e introducirse en ellas. Y conocemos también el “gancho” (denominado proteína S o spike) que el virus usa para unirse a dicho receptor. Es justamente esta molécula situada en la superficie del virus hacia la que están dirigidos los mayores esfuerzos para desarrollar la vacuna contra el virus en la actualidad. Y su receptor, al estar presente en múltiples tipos celulares de nuestro organismo, uno de los principales culpables de que ese virus sea tan patogénico cuando nos infecta.
Los estudios del genoma del SARS-Cov-2 también han permitido descubrir que surgió probablemente a partir de la evolución de un virus similar (denominado RaTG13) que está presente de forma habitual en una especie de murciélagos que habita la región china donde está Wuhan. Ambos parecen ser primos hermanos, dado que poseen una similitud en su genoma de más del 96%. Y sabemos, gracias a técnicas de datación molecular, que este primer paso en la evolución del virus tuvo lugar hace aproximadamente 50 años. También sabemos que ese virus tuvo que haber pasado por una especie de mamífero intermediario antes de poder llegar e infectar eficientemente a los humanos, puesto que el virus del murciélago difiere en bastantes características respecto al humano. Entre estas se incluye un “gancho” muy diferente que, además, es incapaz de reconocer el receptor ACE2 de nuestras células. Inicialmente, se pensó que ese paso intermedio podría haber ocurrido en el pangolín malayo, un animal que se importa ilegalmente en China por las supuestas propiedades medicinales de sus escamas córneas, debido a que en él se encuentran virus similares estructuralmente al SARS-CoV-2. Sin embargo, estudios recientes han descartado esta posibilidad dado que el “gancho” del virus del pangolín carece de muchas de las características estructurales de la proteína S presente en el SARS-CoV-2. Tras este descarte, en la actualidad se manejan dos hipótesis de trabajo. Una de ellas postula que el virus ancestral tuvo que haber evolucionado en otra especie de mamífero que exprese un receptor similar al receptor ACE2. Los científicos están ahora como locos secuenciando miles de virus presentes en otras especies para encontrar ese eslabón perdido. Pero no parece que sea tarea fácil: por un lado, hay muchas especies de mamífero que poseen el receptor ACE2 y que, por tanto, pueden ser candidatos a ser ese eslabón intermedio. Por otro lado, dado el grado de expansión del propio virus en humanos en la actualidad, no se puede excluir que, si se encuentra dicho animal, este tenga un virus relacionado simplemente porque haya sido infectado por el propio virus de los humanos y no al revés. Existen ejemplos recientes de que la transmisión del SARS-CoV-2 de humanos a animales tanto de compañía como salvajes sí se puede producir. La otra hipótesis postula que el eslabón perdido pueda estar realmente constituidos por grupos de personas que, hace varias décadas, hubieran podido ser infectadas de forma repetida por el virus precursor al actual. Y que, a lo largo de años de variación, hubiese adquirido progresivamente todas las características moleculares y patológicas del SARS-CoV-2. Esta búsqueda se asemeja a las novelas policíacas del género whodunit aunque, en este caso, quizá nunca sepamos quién es el culpable ni cuando lleguemos al capítulo final. Hay muchos científicos, de hecho, que ya empiezan a creen que ese eslabón perdido nunca se podrá identificar con exactitud.
Claro que para los que gustan de las teorías conspirativas queda otra posibilidad: que algún investigador haya generado el virus mediante técnicas de ingeniería genética en un laboratorio siguiendo las maléficas intenciones de un estratega militar chino. Sí, ya lo sé, hay un laboratorio que investiga sobre virus en Wuhan muy cerca de donde se produjeron los primeros brotes de la Covid-19. Siento decepcionar a los amantes de Fu Manchú y Google Maps: esta posibilidad es completamente imposible. Como en todo crimen, la ingeniería genética siempre deja huellas, en este caso secuencias de nucleótidos fácilmente reconocibles, en el arma del delito. Se esperaría por tanto que la secuencia genética del SARS-CoV-2 presentase “marcas” claramente reconocibles en el caso de haber sido creado en un laboratorio. Les invito a buscar dichas huellas en los más de 30.000 genomas de las muestras de SARS-CoV-2 que se han secuenciado hasta ahora: no serán capaces de encontrarlas aunque recurran a un especialista en Biología Molecular. Hay otra razón que descarta esta posible manipulación: el “gancho” del virus que se une de forma tan efectiva al receptor ACE2 de nuestras células tiene una secuencia completamente nueva que no se ha visto en ningún virus estudiado hasta ahora. El investigador diabólico encargado de hacer esta tarea tendría que haber sido muy listo, por tanto, para acertar con la tecla adecuada para hacer un virus tan pernicioso sin tener ni idea de cómo hacerlo con la información previa disponible de otros virus.
Como en las películas de terror, me gustaría acabar con una última secuencia que deja entrever qué va a pasar en la secuela siguiente. Este virus ha venido, nos ha sorprendido, nos ha dañado y ha puesto nuestro sistema sanitario al borde del colapso. Por culpa de él hemos perdido desgraciadamente casi 30.000 compatriotas. Probablemente lo derrotaremos a través de las medidas de prevención que hemos implementado y, posteriormente, a través del desarrollo de vacunas, fármacos y de la propia inmunidad natural que desarrollaremos a medida que nos expongamos más y más a él. Dentro de unos años, probablemente nos acordaremos de él simplemente como una pesadilla que nos afectó durante esta época muy concreta de nuestras vidas. Pero, no se confíen: en estos momentos hay millones de virus diferentes infectando y diseminándose entre murciélagos y otras especies de mamíferos tanto en China como en el resto del mundo. Estas infecciones están dando lugar continuamente a nuevas variantes de virus a través de varios procesos moleculares que provocan altas tasas de mutación y variabilidad genética. En cualquier momento alguna de esas variantes saltará también a humanos. Y su virulencia podría ser mayor que la del SARS-CoV-2; esto solo dependerá de varios factores aleatorios como las modificaciones nuevas que presente en su genoma, las características de su “gancho” y del receptor que este reconozca en nuestras células, de la fuerza con la que dicho “gancho” se una a dicho receptor y de la capacidad que el nuevo virus tenga de manipular nuestro propio sistema inmune. Y no es ciencia ficción: además del SARS-CoV-2, seis virus más ya nos han “visitado” en fechas recientes (el SARS-CoV, el MERS-CoV, el HKU1, el NL63, el OC43 y el 229E). No es para vivir asustados, pero sí para vivir preparados. Afortunadamente esto último no es muy complicado: hay que apostar por sistemas adecuados de detección y control tempranos de nuevos casos, por tener un buen sistema sanitario tanto a nivel de asistencia primaria como hospitalaria, por la ciencia y por la tecnología. Desafortunadamente, lo más fácil a veces es lo más difícil: es justamente todo lo anterior lo que hemos estado desmantelando en nuestro país durante estos los últimos quince años. Tenemos tiempo de remediarlo.
Dejar Comentario