Ignacio Grande Ballestero
Director de Caritas Diocesana de Valencia
Sin lugar a duda, la crisis sanitaria que ha sacudido nuestras vidas, poco a poco, y de manera vertiginosa ha ido derivando en una crisis económica y social que está afectando a millones de personas en nuestro país. Esta pandemia ha anulado, y de un plumazo en tan sólo dos meses el efecto de la recuperación, paralizando el lento proceso que venía iniciándose desde mediados de la década, tambaleando todas las previsiones y cambiado los planes de desarrollo de todos los sectores socioeconómicos. Es decir, podemos afirmar con rotundidad que hemos vuelto a las cifras del peor momento de la última crisis sufrida en nuestro país. Hace pocas semanas, Cáritas Española alertaba sobre el incremento de las situaciones de necesidad provocada por esta emergencia, traduciéndose en un aumento del 57 % en las personas atendidas. Cifras que llaman la atención. Personas, con nombres y apellidos, con vidas truncadas, que ahora sobreviven bajo la amenaza de la exclusión y la pobreza, en un mundo, en donde, a día de hoy, hay más incertidumbres que certezas.
Nos situamos pues ante una crisis poliédrica, que ha derivado en algunas emergencias además de las propiamente sanitarias, que tanto dolor han provocado y que tantas vidas han truncado. Por ejemplo, vivimos una emergencia habitacional en ciernes que no estamos queriendo ver. Tras el primer impacto del coronavirus, la mitad de los hogares en situación de grave precariedad no pueden hacer frente a los pagos de hipoteca o alquiler de la vivienda (49,2 %) y no disponen de dinero suficiente para pagar gastos de suministros (51,2 %). Hemos podido observar, además, que la dimensión de la salud ha empezado a convertirse en el determinante más influyente en los procesos de exclusión grave en algunos territorios de nuestro país. El 60 % de los hogares en exclusión grave ha visto cómo empeoraba su estado psico-emocional durante el confinamiento, mientras que el 26 % considera que ha empeorado su estado físico. Para mayor abundamiento, no pertenecer a la comunidad virtual está minando la igualdad de oportunidades, tanto en la infancia como en los hogares más excluidos. Para uno de cada tres hogares en exclusión grave (34 %) disminuyó el rendimiento escolar de sus hijos e hijas al no poder seguir el ritmo marcado en los momentos más duros del confinamiento. Con todo ello, y de manera progresiva, las redes de apoyo, debilitadas tras la última crisis, pierden aún más capacidad de ayuda. La familia y los entornos cercanos siguen ayudando, pero cada vez menos, porque cada vez hay menos desde donde ayudar
Junto a estas realidades vividas por los hogares más vulnerables, El VIII Informe FOESSA identificaba un sector social que ocupaba la parte más baja de la sociedad integrada, compuesta por 6 millones de personas y a la que se le ha denominado, “la sociedad insegura”, personas que, previo a esta crisis, se movían en el “filo de la navaja” y que estaban en la antesala de la exclusión (empleos precarios, jornadas parciales, trabajo irregular…) Una sociedad insegura que perdió su posición por efecto de la gran recesión, y que no tiene un fondo económico de ahorro que les permita resistir en un marco de parálisis generalizada. Con ello ya hace un año, nos preocupaba la situación de estas personas y anunciábamos que, de producirse cambios sustanciales en sus condiciones personales, o ante una eventual sacudida de una nueva crisis, su sostén económico y social se quebraría. Y así ha sido, la nueva crisis ha llegado, la crisis del coronavirus, está golpeando y golpeará a esta sociedad insegura, provocando que una parte de estos 6 millones de personas estén en riesgo de incrementar la población en exclusión social, sumándose a los 8,5 millones de personas que previamente a esta situación se encontraban ya en ella. La población de nuestro país y la humanidad en su conjunto afronta una crisis sanitaria y social global, causando dificultades de diversa índole en la población y exponiendo al sistema de bienestar a unas condiciones recientemente nunca vistas, generando efectos presentes en las condiciones de vida de la ciudadanía.
Así pues, y salvo que se tomen medidas destinadas a no dejar a nadie atrás, las personas en situación de desventaja social van a sufrir de forma más profunda y más prolongada en el tiempo el impacto de esta emergencia. Es una coyuntura que reclama, como nunca antes, el trabajo en red y en el que es indispensable una confluencia de sinergias que sume voluntades y recursos por parte de todas las personas e instituciones que conformamos nuestra sociedad.
Y es que este virus nos está mostrando la fragilidad de la vida y que lo único que nos puede ayudar a salir adelante, es unirnos, unirnos como personas y cuidarnos como sociedad.
Por ello, es bueno recordar y asumir que el sentido primigenio de nuestros Estados del Bienestar es no dejar a nadie atrás ante las desigualdades y dificultades desde que nacemos hasta que morimos. No podemos permitir que esta nueva crisis ahonde aún más la desvinculación de un porcentaje importante de la población y la excluya de la sociedad. Apostemos por que esta crisis sea una oportunidad y no una ocasión perdida, para sentar las bases de un Estado al servicio del bien común. Quizás, hoy más que nunca, necesitamos adoptar tanto en la vida pública y social como en la intimidad de nuestras vidas diarias, lo mejor de las lecciones que se desprenden de esta dolorosa etapa: el valor de lo comunitario y el bien común, la riqueza de redescubrir lo más cercano y la capacidad de solidaridad, cuidado y apoyo que siguen latentes entre nosotros. Hemos sido testigos de tristezas e incertidumbres, pero también hemos sido testigos de gozos y esperanzas transmitidos mano a mano por tantas personas que han entregado, y siguen haciéndolo, su vida por los demás. Esas personas que han encontrado en su corazón “el eco de lo verdaderamente humano”. Un eco que se manifiesta a través de la fraternidad y de esa capacidad para sacar de nosotros mismos lo mejor en tiempos recios y compartir gratis lo que gratis hemos recibido a través del mandamiento del Amor.
Y termino, con unas palabras a mi entender muy acertadas del Cardenal Tagle, “la propagación pandémica de un virus debe producir un «contagio» pandémico de la caridad. No podemos lavarnos las manos como Pilatos. No podemos lavarnos las manos de nuestra responsabilidad hacia los pobres, los ancianos, los desempleados, los refugiados, los desamparados, los trabajadores de la salud, la Creación y las generaciones futuras”.
Hay mucho por hacer.
[1] Informe 2020 de la Fundación FOESSA que, se publica dentro de la colección “Análisis y Perspectivas” y que este año lleva como título “Distancia Social y Derecho al Cuidado”.
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